Variedades

lunes, 29 de agosto de 2016

Falleció Hatuey De Camps, Empresario Político

Por Sandy Baez

Nació el 29 de junio de 1947 en Cotuí Falleció el 26 de Agosto de 2016, hijo de Miguel Angel de Camps Cortes, (violinista de los fundadores de la Sinfónica Nacional, hacendado agrícola, diputado, cónsul en Hamburgo y embajador en Nicaragua) y de Orfelina Jiménez Jerez (profesora).

Se Casó con Ceselia Garcia, actriz y cantante dominicana, con quien tuvo 2 hijos: Hatuey y Luis Miguel de Camps García, luego se divorció. Volvió a contraer matrimonio con la presentadora de televisión Milagros German, con quien engendró 3 hijos: Milagros Marina, Álvaro Hatuey, y Andrea Salomé de Camps Germán.

Contrajo nupcias por tercera ocasión, con la heredera estadounidense Dominique Blühdorn Le Marrec, hija de la francesa Yvette M. Le Marrec (oriunda de Paris) y del inversionista Millonario austríaco Karl G. Bluhdorn (nativo de Viena), fundador de la extinta Gulf And Western, además desarrollador en República Dominicana de Casa de Campo Romana y Altos de Chavon. Con Blüdorn ha procreado 5 hijos, tres de ellos Trillizos

Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad Compluterse de Madrid España. Graduado en Planificación Económica y Desarrollo, en el Instituto para el Desarrollo del Área Iberoamericana (ISDIBER).

Política
Con la llegada del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), se orienta a la actividad política. Era una de las figuras más emblemáticas del Partido Revolucionario Dominicano.
En abril del 1965, funda el Frente Revolucionario Estudiantil Nacionalista (FREN). Ingresa a la Universidad Autónoma de Santo Domingo, matriculado 1965-66, y allí combina sus estudios de Filosofía con la lucha estudiantil por un presupuesto universitario de Medio Millón de pesos mensuales. Llegó a ser el Presidente de la Federación de Estudiantes Dominicanos, y siendo presidente de la Federación, leyó el panegírico en el velatorio del dirigente y compañero estudiantil Amin Abel Hasbun asesinado durante el decenio de Joaquin Balaguer
Diputado al Congreso Nacional en 1978, ocupa las funciones de Director General de Radio Televisión Dominicana por mes y medio de modo honorífico. En 1979 fue designado Presidente de la Cámara de Diputados, cargo que ocuparía hasta 1982. Durante su gestión se creó la Ley que obliga a los funcionarios realizar una declaración jurada de bienes.
En 1982 fue secretario (ministro) de la presidencia en el gobierno del Dr. Salvador Gorge Blanco Fue el organizador de los funerales del Dr. José Francisco Peña Gómez, en las que el pueblo humilde le tributó la más multitudinaria muestra de amor, acompañándole hasta el Camposanto lugar en que se le dio el último adiós a su amigo de siempre y donde la dirigencia política nacional e internacional de todos los matices le rindió el más extraordinario tributo póstumo a líder alguno

Luego de intensas contradicciones con el entonces presidente de la República y compañero de partido Hipólito Mejía, por su postura de no reelección, Hatuey en el 2003 - 2004 pidió a la población votar por el diablo y no por Hipólito. Esto causó más rencillas entre ellos.
Fue Secretario General del Partido Revolucionario Dominicano y presidente del mismo hasta el año 2004. Renuncio del PRD ya que la alta dirigencia, se había alejado de los ideales de su histórico líder, el Dr. Peña Gómez. A razón de esto, el Lic. De Camps formó el Partido Revolucionario Social Demócrata

A finales de mayo del 2016, De Camps estuvo ingresado en la Clínica Corazones Unidos aquejado de una neumonía, en ese momento su estado era delicado, en junio de 2006 le extirparon un tumor Canceroso del Colon enfermedad que finalmente le quito la vida el 26 de Agosto

jueves, 25 de agosto de 2016

Una escuela llamada verguenza nacional


Por Vianco Martinez

ORDILLERA CENTRAL.- Este mundo –o mejor dicho este fin de mundo–; este país donde la aurora tiene geranios en las manos y que mira de cerca la luz de las estrellas; este país aparte de niños sin escuela y gente que muere en los caminos sin atención médica; esta república inasequible, sin gobierno, sin dolientes, envuelta en la magia de la brisa y hechizada por la terca neblina de diciembre; este universo escrito en ningún libro, donde el tiempo se detuvo, y una mujer llamada Gela dice que cree en el futuro y lucha cada día por hacerlo llegar… se llama El Gramazo y está olvidado a 1,100 metros de altura sobre el nivel de mar, en la zona montañosa de Padre Las Casas.

“Aquí vivimos cada día con la impresión de que no le importamos a nadie, empezando por los gobiernos”, lamenta Gela Delgado Peña, una mujer con las manos duras de empuñar el machete y con callos en la espera. Este paraíso perdido en medio de la nada guarda 89 casas, ranchos que desdicen los alardes de modernidad de todo un siglo. No tiene acueducto; ni caminos suficientes para llegar, sacar las cosechas y trasladar los enfermos; no tiene atención médica, y en cada tramo está el recuerdo de alguien que murió en la soledad de estos senderos cuando era llevado –en parihuela, a caballo o en motocicleta– al hospital de Constanza, el pueblo más cercano en muchos kilómetros a la redonda. En El Gramazo hay una escuela de ficción y en ella hay veintitrés jóvenes perdidos en un limbo escolar: hace dos años terminaron el séptimo curso y ahora no tienen a donde ir porque el centro, que tiene una matrícula de 92 alumnos, no cuenta con más grados.

Hacia el norte, el centro más cercano está en Constanza, que pertenece a otra jurisdicción escolar. Está a tres horas a pie y a casi dos a caballo, y hay que cruzar Arroyo Hondo –situado en una hondonada– y el río Yaquecillo frontera entre Azua y La Vega– y atravesar las comunidades La Paila y Corralito. Hacia el sur la próxima escuela con octavo grado está en la sección Las Cañitas.

Para llegar hay que invertir casi cuatro horas a pie y cerca de tres a caballo, y cruzar un paso de Río Grande, un cuerpo fluvial nervioso que viene de Constanza y corta el camino con sus aguas. La temporada escolar empieza en agosto y termina en junio, y la estación de las lluvias va de abril a noviembre. Así que en los cuatro meses entre agosto y noviembre la docencia en El Gramazo está sujeta a los caprichos de las precipitaciones y de las crecidas de los ríos. Sin contar la condición en que quedan los caminos cada vez que caen los aguaceros.

“Nadie quiere ver a sus hijos desandando ´jarda arriba´ y ´jarda abajo´, como huerfanitos, al otro lado de las crecidas, y dando lástima en los caminos rotos, para ir a escuelas que tampoco es que sirven para mucho por las condiciones en que se encuentran”, comenta Gela, quien manda a tres hijos al centro.

La sonrisa de Clarisa
Aquí, entre el aroma de los pinos y el paciente silencio de la montaña, vive Clarisa Delgado, de 19 años, una muchacha de almendra con la sonrisa enredada entre las nubes. Para entender la tristeza de sus ojos hay que entender la tristeza de su tierra. “Hace dos años que terminamos el séptimo, y desde ese tiempo estamos esperando que las autoridades de Educación tomen la decisión de abrir el octavo curso en la escuela de aquí para poder seguir estudiando”. Sus palabras son lágrimas que corren montaña abajo, palabras que nadie escucha, palabras que nadie quiere.

Igual que Clarisa está Yeici de la Cruz, de 18 años, pequeña flor de la montaña, con la vida detenida entre su rancho y la nada. “Quiero ir a la universidad a estudiar profesora pero ya ni siquiera tengo escuela. Pasé a octavo y de ahí no he podido pasar porque nos mandaron a decir de Padre Las Casas que iban a llevar la escuela hasta octavo y eso no se ha hecho. Mi familia es muy pobre y no tiene la manera de mandarme a otro sitio, y aquí estoy, esperando.” A fuerza de esperar, la esperanza se ha vuelto un desecho entre los hijos de la montaña.

Los funcionarios del Distrito Educativo 03-02, de Padre Las Casas, del que depende El Gramazo, dispusieron el inicio del octavo grado este año escolar pero sin disponer de un maestro, es decir, utilizando a los tres que están en el lugar. Pero con la cantidad de grados que ya tienen sobre sus hombros, esa decisión abre más preguntas que respuestas.

“El octavo es un grado que tiene demasiada responsabilidad porque luego (los alumnos) van a Pruebas Nacionales, y eso es muy serio”, dice Juan Bautista (Onel) Taveras, profesor y director del centro. “Si las autoridades educativas no toman la decisión de mandar un maestro y habilitar el octavo curso con todas las de la ley, la situación se puede agravar de año en año y cada vez será mayor el número de estudiantes sin escuela”, advierte Alcides de la Rosa, el alcalde pedáneo, que también tiene un nieto en la escuela.

Y acostumbrado a no recibir respuesta de nadie, pregunta: “¿Con la situación de esta escuela, dígame usted cuál será el futuro de nuestros hijos, cómo será la vida que les espera?”.

El pasado 13 de marzo, cuando los pueblos de la cordillera se levantaron de su viejo letargo y realizaron una larga cadena humana para pedir al Gobierno que les preste atención, los jóvenes del limbo educativo y sus padres estuvieron en la primera línea de la manifestación. Una escuela de ficción.

Los profesores de El Gramazo lidian cada día con una realidad que los supera.En el aula del profesor Fausto (Mundo) Valenzuela el pasado año escolar hubo cuarenta alumnospara nueve sillas (rotas) y cuatro butacas (también rotas). Hacinados es la palabra más decente que encuentra el maestro para describir la manera en que tiene que acomodar a sus alumnos cada día en una extensión de tres metros por cuatro, que es el tamaño que tiene su aula. Pero las galanuras del lenguaje profesoral no pueden ocultar que los alumnos de la escuela de El Gramazo lo que están es amontonados en un cuartucho de mala muerte y pegados codo con codo, apretujados todos, unos encima de otros, respirando el aliento del que está al lado, como en una jaula.

En ese espacio, que cada día reta la imaginación del maestro, Valenzuela tuvo que hacer cabriolas para acomodar a sus cuarenta estudiantes: 13 de séptimo grado de básica, 17 de sexto y 10 de tercero. La peor tanda era la de la tarde porque tenía que poner juntos en ese pequeño espacio a los 30 estudiantes de sexto y séptimo de básica. “Trabajar multigrado en esas condiciones no es fácil porque el maestro no puede concentrarse y al final eso puede afectar la calidad de la docencia”, reflexiona Valenzuela. Dicen los técnicos del Ministerio de Educación que ese concepto es hijo de la necesidad, pero en el aula del profesor Fausto Valenzuela la escuela multigrado terminó convertida en un gran tollo.

La escuela de El Gramazo, que ya era un cuchitril miserable, indigno de la función educativa, sin iluminación, sin espacio suficiente y sin ninguna comodidad, hubo que dividirla en dos para que en ese rincón se acomodaran otros grados. Al otro lado de la mampara quedó el director Taveras, con 21 alumnos, igualmente apretujados y respirándose uno encima del otro. En la tarde, educa a 13 alumnos de quinto, y en la mañana a siete de primero y a uno de inicial. Están tan pegados que cuando un maestro habla en un aula, el otro se tiene que callar, y cuando un estudiante explica en un curso, en el otro no se puede ni hablar.

“Lo que hago es ir alternando las clases en el mismo espacio, dejo un grupo haciendo las tareas, mientras trabajo con el otro, y así sucesivamente.” Todo esto es sin contar el espacio que hubo que dejar para la cocina donde se prepara cada día el desayuno escolar, que por cierto, cuando se está trabajando allí, el humo y el olor a gente cocinando va directo a las aulas. Antes de que un grupo de alumnos desertara de la escuela el año pasado, el hacinamiento era peor. “Unos se fueron a las lomas a atender los conucos con sus padres y las niñas desertaron porque se casaron, y cuando se casan ya no vuelven a las clases”, cuenta Mundo Valenzuela.

Como los 92 alumnos del centro no caben en la instalación, hubo que pedir prestada la iglesia del lugar, donde el profesor Valentín Corcino da clases a 28 estudiantes: 17 de séptimo, 10 de cuarto y 7 de tercero. Las condiciones de la iglesia se parecen a las de la escuela: poco espacio, tablas rotas, sillas deterioradas e insuficientes y oscuridad total por la falta de energía eléctrica. Este año escolar que inicia no pinta mejor. Las autoridades de Educación están exigiendo a los maestros que empiecen a impartir el octavo curso pero ellos se preguntan en qué tiempo y en qué espacio lo van a hacer.

 “La escuela está inservible y no tiene espacio y los tres maestros ya no damos más, así que en las condiciones actuales es una aventura improbable implementar el octavo”, dice el director Taveras. “Aún si mandan un maestro a cubrirlo no hay espacio disponible y tendremos que dar las clases en el patio, debajo de una mata.”

En su opinión, de lo que deberían preocuparse las autoridades es de procurar una escuela para sustituir el rancho en que opera el centro. En el inventario de inconvenientes de esta escuela, hay uno adicional: cuando la iglesia tiene actividad hay que abandonar el local y entregarlo a sus verdaderos dueños. Es una vergüenza nacional que esta escuela, que opera con el código 00491 y está situada en el mapa de las decisiones oficiales, a veces ni tizas tiene. Según cifras oficiales, este año el ministerio de Educación maneja RD$129,873,682,540 para educación básica, asignado por el Gobierno en cumplimiento de la ley que asigna el 4% del Producto Interno Bruto (PIB) a ese sector, pero aquí, en El Gramazo, no se ha podido construir ni siquiera un aula ni nombrar un maestro para empezar a superar calamidades. Si hay un lugar donde la educación dejó de ser un derecho para convertirse en un lamentable acto de mendicidad es El Gramazo.

Una escuela hecha de asombros
La escuela de El Gramazo está hecha de asombros. Fue levantada a retazos y con pedazos de olvido hace treinta y cinco años por la propia comunidad, con materiales sobrantes de otros centros. Su primera pizarra la llevó un maestro de Guayabal, que la tuvo que comprar con su propio dinero y cargarla al hombro para traerla. Los materiales restantes hubo que “plagosearlos” en los pueblos circundantes. Se levantó en una esquina del altiplano, con piso de tierra y paredes de jorcones, sin ninguna intervención de las autoridades. Y aquí está, sobreviviendo a la brisa, al paso del tiempo y al desprecio oficial. Quince años después, las tablas se cambiaron por concreto hasta la mitad, con el apoyo del padre Vicente, un sacerdote que desarrollaba su misión religiosa en Padre Las Casas. Han sucedido cosas increíbles en la escuela de El Gramazo. Una vez, cuando el centro solo llegaba hasta cuarto de básica, los alumnos, por decisión de los padres, repetían ese grado varias veces.

“Los inscribíamos cada año en el mismo grado pensando que siempre era mejor repetir el mismo curso que estar sin escuela, para que nuestros hijos no perdieran el hábito de estudiar”, cuenta Gela. No hay palabras adecuadas para contar que los niños de El Gramazo comen el desayuno escolar sentados en el suelo a falta de un lugar donde hacerlo dentro de la escuela. El director Taveras ha luchado, reporte a reporte, por mejorar las condiciones de su escuela y nada ha conseguido. Al inicio del pasado año escolar pidió, una vez más, a sus superiores, que están sentados en las lejanas oficinas del Distrito Educativo 03-02, de Padre Las Casas, sillas para sentar a sus alumnos y la respuesta fue la misma de siempre: no hay. En una ocasión la escuela se fue al suelo bajo los embates de la brisa y de la lluvia. El Distrito Educativo de Padre Las Casas hace lo que puede pero no siempre la solución está en sus manos.

Muchos de ellos son maestros de larga tradición, incluso, con servicio en la montaña, pero no siempre cuentan con los recursos ni el poder de cambiar la realidad. El centrolleva el nombre de Vicente de la Cruz Victoriano, el primer habitante de estas tierras y la persona que tuvo la visión de abrir las puertas de una escuela para que los hijos de la montaña encontraran una mejor manera de llegar al futuro. Él, que no tuvo oportunidad, quería cambiar la historia y quiso hacerlo a través de la educación. El premio nacional del olvido La escuela de El Gramazo se ganó el premio nacional del olvido y la desatención que conceden las autoridades a las comunidades apartadas. El desprecio ha sido su herida. En 2013, tras largos años penando detrás del Ministerio de Educación, se dispuso su construcción, a un costo de 16 millones de pesos.

La ingeniera Angela Caraballo, contratista de la obra, subió varias veces a la zona y midió el terreno donado por la comunidad. El alcalde Alcides De la Rosa gestionó un buldozer en el Ayuntamiento de Constanza para mejorar el camino por el que subirían los materiales para la construcción. Pero una sorpresiva decisión de Educación dio marcha atrás a la iniciativa y le quitó los fondos y con ellos construyó una escuela en Guayacanal, de Azua. Un año después, en 2014, la escuela de El Gramazo fue incluida de nuevo en la agenda de las construcciones escolares, ocasión en que fueron destinados 24 millones de pesos para levantarla. Y nuevamente se la quitaron, esta vez para construir un centro en la comunidad de Gajo de Monte.

Los habitantes de la montaña piensan que el maleficio de El Gramazo es la lejanía. Recuerdan que los encargados de las obras en cada caso alegaron la distancia y las malas condiciones de la carretera como dificultades para subir los materiales de construcción, lo cual generaba costos inmanejables que no estaban previstos en el presupuesto de la escuela. Cada vez que la dejaron sin su escuela, la comunidad quedó con una sensación de desamparo. “Las autoridades no nos arrebataron solo una escuela, también nos arrebataron un viejo sueño de la comunidad y nos condenaron a seguir educando a nuestros hijos en esta rancheta”, dice Gela.

El Atlas invisible Como todas las comunidades situadas al sur de la cordillera Central, El Gramazo forma parte de un Atlas invisible, un compendio de pueblos olvidados a los que no llegan ni las promesas de las autoridades. Situado en un altiplano en el camino que conduce a Constanza, ocupa una extensión de 3.7 kilómetros cuadrados, dedicadas al cultivo de habichuelas y guandules.

A un kilómetro del poblado, en un lugar donde la brisa susurra en voz baja sus lamentos y los caminos rotos sollozan su olvido, se aparean los ríos Grande y Yaquecillo, que más abajo ofrendan sus aguas al gran Yaque del Sur. Tiene a su alrededor las montañas del Maco, La Socava, Sitio Grande y La Loma, ésta última ubicada en el camino que lleva a la comunidad Los Rodríguez y al Parque Nacional José Armando Bermúdez.

El Gramazo se muestra como un pueblo situado fuera del tiempo, con sus actividades sujetas a las épocas de sequía y de lluvia, las únicas estaciones posibles en la zona montañosa de Padre Las Casas, y con su gente atrapada entre la espera y el rocío. La lluvia, soberana de mayo a noviembre, cambia el color de los días y deja una belleza rotunda y gris sobre los caminos y las colinas circundantes, y la seca, reina brutal entre diciembre y abril, pone a llorar la tierra sin derramar una lágrima, como un niño deshidratado.

La luna en El Gramazo es una hermosa muchacha que sonríe en abril y juega a las escondidas con los pinos. Los caminos le agradecen su luz, que es un tesoro que ilumina la vida de los hijos de la montaña. En una tierra así, donde el viento se hace canción cuando se encuentra con los pinos y la esperanza va vestida de luz, el olvido es un acto de barbarie.



Gajo de Monte mendiga un liceo a las autoridades

Por Vianco Martinez

Fuente: Acento.com.do

CORDILLERA CENTRAL, República Dominicana.-En esa cadena de montañas que se ve azul desde Padre Las Casas, en ese pedazo de cordillera atravesado por un sendero indócil y sinuoso, bordeado de hondonadas y despeñaderos, y a cada paso envuelto en la sonrisa de los manantiales, está Gajo de Monte, una taciturna comunidad de seiscientos habitantes y casi cien años de existencia. En mayo, cuando se inaugura la estación de las lluvias, Gajo de Monte hace frontera con los colores del arco iris, y en diciembre, cuando las flores adoptan la costumbre de entristecer, esmeran sus encantos los inventos de la madrugada: los fríos de la zona alta, la neblina, la humedad y la oscuridad, que se empieza a tambalear ante las insinuaciones del alba.

En esa comunidad hay una escuela que, a falta de espacio, tuvo que ser partida en dos pedazos: uno funciona en una edificación construida por el Ministerio de Educación en 2011, el otro en una pequeña iglesia prestada en el alto de una colina, detrás de una cañada sin nombre. La escuela se llama Tomás Delgado en tributo al hombre que donó el terreno donde se levantó. Va de inicial a segundo de bachillerato. Cuando el Ministerio de Educación empezó a levantar la zapata de la edificación, los padres de los alumnos y los mismos maestros le advirtieron que el centro iba a resultar demasiado pequeño para alojar a los estudiantes de Gajo de Monte, de Majagüita, de El Limón, de Botoncillo, de El Jobal, de Los Vallecitos, de Mata de Café y de Las Lajas, que ya en ese momento rondaban los cien.

Pero nadie tuvo tiempo de detenerse a escuchar a los hijos de la montaña y ahí están los resultados: una escuela físicamente deficitaria que, por sus limitaciones de espacio y de personal, cada día tiene que apelar a la imaginación de los maestros para salir airosa de su jornada. En la pequeña iglesia reciben clases cuarenta estudiantes, 15 de primero y 25 de segundo; el resto va a la escuela levantada por las autoridades, una edificación desbordada desde el primer día que la entregaron. “En total, en los dos locales tenemos cuatro aulas; pero no son suficientes para alojar toda la matrícula, que hoy en día es de 153 alumnos”, dice Arismendi Cabrera Cedano, director del centro. La escuela de Gajo de Monte no solo la hicieron a regañadientes, sino que, en medio del proceso de construcción, le fueron regateando pedazos. Le quitaron un aula, le redujeron el número de cuartos de baños y le quitaron el dormitorio de los maestros. También, le anularon la valla perimetral y se la cambiaron por una alambrada de púas, a pesar del peligro que representa en un lugar lleno de niños.

Al final quedó esto, un centro hecho de pedazos rotos, diezmado por la improvisación y mutilado por la falta de visión y el menosprecio con que las autoridades han tratado siempre a las comunidades de la sierra. La iglesia donde se imparten el primero y el segundo de bachillerato es una vieja construcción de madera. Allí labora la profesora Elizabeth Alcántara. Ella viene de Guayabal, bordeando cada lunes las caderas de la montaña y tiene en sus ojos la larga noche que le prestó la cordillera. Cuando se sienta frente a sus muchachos con una tiza en la mano, se sienta frente al futuro, pero su lucha por educar a los hijos de la montaña se hace cada día más difícil. “Mi aula está en muy mal estado. No tiene agua ni luz ni espacio suficiente, y cuando los alumnos y maestros tenemos que hacer una necesidad, debemos ir a la letrina de un vecino.”

Entre los alumnos de la profesora Elizabeth hay una muchacha llena de silencios llamada Yeilín Delgado, que cursa el primer año del bachillerato y que quiere ser ingeniera. Tiene 15 años y un bosque de pino anochecido sembrado en la sonrisa. Yeilin vive en Los Vallecitos, una comunidad que queda muy lejos de su escuela. “Salgo en mulo tempranito en la mañana para poder llegar a las 8:00. Me tomo más de una hora en el camino y casi siempre voy sola. Si llueve, duro más tiempo porque el camino se pone muy malo, hasta para andarlo en animales. A veces vengo con un compañero de estudios pero cuando él se va a la loma a sembrar, tengo que venir sola. Estudiar aquí es muy duro porque no tenemos ninguna facilidad y las cosas cada vez están peores.”

Sin código
El liceo de Gajo de Monte no tiene código, lo que lo hace depender de un centro en el Distrito Municipal Las Lagunas, donde el director, Crucito Santos Guzmán, le hace el favor de suplirle algunos materiales educativos, gastables y de limpieza, sacrificando una parte de los RD$75,000 que recibe como presupuesto.

Esa ayuda no puede ser muy grande pues Las Lagunas, además de sus propias necesidades, también tiene que cubrir las de la escuela de El Roblito, inaugurada en enero de 2012 y a la que tampoco le han asignado un código para que exista en el sistema oficial con todas las de la ley. El profesor Roselín Alcántara resalta el problema que esto entraña: “Al no tener código, este centro es como una sucursal de otro, así que no podemos pedirle nada al Distrito Escolar y tenemos que esperar que otro centro resuelva esa situación, en este caso de Las Lagunas, que no tiene muchos recursos y a veces no conoce nuestras necesidades”.

Expertos en escuelas olvidadas
Los maestros de la montaña son expertos en escuelas olvidadas y aquí está el profesor Damián Alcántara para atestiguarlo: “Aquí, en Gajo de Monte, no hay un liceo, sino un pedazo de liceo que apenas llega a segundo. Nosotros empezamos a dar el primero de bachillerato en sillas plásticas, en una iglesia que nos prestaron allá arriba. Los estudiantes tenían que escribir apoyándose en las piernas.” “Yo empecé dando todas las materias solo; yo soy de lengua española y tuve que enfrentarme con matemáticas, con química, física; estaba dando ocho materias yo solo; tenía demasiada carga y pedimos una maestra de matemáticas. Nos mandaron una, pero como quiera seguimos trabajando forzados porque ella es de matemáticas, yo de lengua española y tenemos que enfrentarnos con química, con sociales, educación física, artística, formación humana, y nosotros no somos de esas áreas.”

El director Arismendi Cabrera Cedano es nativo de Guayabal pero ha dado clases en Las Cañitas, Los Vallecitos, El Recodo y en los últimos tres años, en Gajo de Monte, todas escuelas olvidadas de la cordillera Central, que hablan y hablan y nadie las escucha porque están situadas fuera de la mirada de los responsables del sistema educativo. A su paso por esos centros Cabrera Cedano lo ha visto todo: la deserción de los alumnos que se van a las lomas cuatro veces al año a trabajar la tierra con los padres, la fatiga de niños que se ausentan porque ya no pueden lidiar con los inconvenientes y las distancias, la partida de las niñas a causa de matrimonios precoces, la dejadez de los responsables de estos centros, las tormentas que los han atrapado entre las montañas y los accidentes de sus compañeros docentes que tienen que viajar cada semana en lo que aparezca.

En esta escuela rodeada de árboles y vestida de lluvia está Raquel Hierro, una maestra de inicial que ha aprendido a leer el mundo en la mirada de los niños, y muchas veces, cuando los ve llegar a su aula, puede descifrar la tristeza que cargan en sus ojos. Pasan los inviernos y llegan las cosechas, y ella está ahí, cargada de sueños; caiga lluvia o salga el sol, ella siempre está de pie, como un faro de luz, con una tiza y un borrador en las manos, susurrando coplas al futuro. “Estos niños son hijos de la necesidad y cada día hacen un esfuerzo por estudiar y salir adelante pero lo tienen todo en contra. Nosotros los apoyamos en todo lo que podemos y nos esforzamos de darle una formación de calidad. Pero aquí, en las tierras altas, todo se hace más difícil, todo contra la adversidad, y a veces sentimos que la realidad nos está venciendo.”

Sin lógica
En la cordillera Central el sistema educativo perdió la lógica en sus designaciones y en la escuela de Gajo de Monte esta distorsión es emblemática. Hay maestros de básica impartiendo inicial y maestros de inicial impartiendo básica. También hay profesores de matemáticas lidiando con educación física, y maestros de educación física descifrando las matemáticas. Damián Alcántara es uno de ellos. “Yo estudié lengua española para dar lengua española, y la maestra que trabaja conmigo estudió matemáticas para dar matemáticas y estamos ubicados en otras áreas”. Aquí hay una profesora de Educación Inicial asignada a Ciencias Naturales, segundo curso de Media y Lengua Española, y un licenciado en letras como responsable de las matemáticas. A la hora de su nombramiento, los profesores no tienen elección. Necesitan el trabajo y acaban de formarse para él, así que no pueden perder la oportunidad. Además, todos tienen familias que sustentar, tienen las necesidades habituales de los seres humanos y, por lo general, están sin empleo. ¡Cómo lo pueden rechazar! Un maestro formado en un área tiene que hacer un esfuerzo doble para impartir clases en otra que no es la suya, reconoce Juan José Mejía, presidente de la filial de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) en Guayabal.

Roselín Alcántara opina que esa situación es el resultado del déficit de personal docente. “Eso se resuelve con suficientes maestros. Si la plaza está en inicial o está en Media, bueno, a mí no me toca otra opción, yo quiero trabajar pero esa es la plaza que está libre y disponible para mí, yo lo que quiero es trabajar”. En su opinión, es difícil obtener calidad cien por ciento cuando un maestro de inicial está dando clase en básica, uno de básica está impartiendo en media y otro de media está asignado a básica. “No nos ofrecen condiciones pero nos evalúan como si fueran los mejores centros del país”, se quejan todos los docentes. Según Juan José Mejía, eso sucede cuando la educación se hace a remiendos, como ha sucedido en la zona alta de Padre Las Casas, y sin una planificación de las necesidades.

En el limbo escolar
Ahora que empieza el año escolar 2016-2017 hay otra dificultad: veintiséis jóvenes entraron a engrosar el limbo escolar en el que ya hay numerosos estudiantes en distintas comunidades de la zona, debido a que terminaron el segundo del bachillerato, que es el límite de grados de esta escuela y ahora no tienen a dónde ir. “Ya esos alumnos no tienen opción. Para abrir el tercero de bachillerato no solo hace falta más espacio, sino más maestros”, dice Salvador Ferreras, dirigente comunitario y regidor. La alternativa es ir al liceo de la sección Las Cañitas, varias horas cordillera arriba, pero es un trago amargo, opina. Para habilitar el tercero, el director Arismendi Cabrera Cedano y sus maestros pidieron prestado un rancho en la comunidad y allí piensan impartirlo este año. “Es un sacrificio extremo que estamos haciendo para que los muchachos no tengan que dejar de estudiar”, dice Cabrera Cedano. Al final, lo que quedó fue esto: un tercer pedazo de escuela con las mismas limitaciones que la iglesia prestada. Y así vamos, de rancho en rancho, poniendo remiendos a la educación y levantando nuevas escuelas de ficción en la montaña.

La escuela sigue de pie
Blanco Delgado es un amable habitante de la sierra y sus puertas siempre están abiertas para que entre el viento y para recibir a quienes lleguen a su reino en son de paz. Tiene 83 años, la edad de un patriarca, y siempre tiene a mano el mejor regalo que se le concede a un caminante: una silla y un vaso con agua fresca. Es él quien cuenta que esta escuela abrió sus puertas al saber de la montaña en el inicio de los tiempos. “La primera escuela de Gajo de Monte fue levantada en la época de Trujillo en las tierras de mi abuelo Compe Delgado, entre esta comunidad y Majagüita”. En 1998 la trasladaron al centro del poblado, a un terreno propiedad de Leopoldo Delgado, pero fue derribada en 1998 por los vientos del huracán Georges. Luego fue llevada a la iglesia del poblado, donde aún funciona, en las peores condiciones que se pueda imaginar, uno de los pedazos del centro. Y ahí sigue, de pie contra viento y marea, a la sombra de los pinos y envuelta en la magia del rocío, mostrando al mundo la voluntad de futuro de los hijos de la montaña y la vocación de servicio de sus maestros.

jueves, 11 de agosto de 2016

Recaudando fondos para la casa de Minerva



El próximo 12 de septiembre de 2016 se cumplirán dos años de haber solicitado por este medio un metro de tierra para Minerva. Tanto los padrecasenses ausentes como presentes contribuyeron de manera generosa para la adquisición del terreno donde será construida la casita de Minerva. Minerva tiene su terreno pero falta la casa.

Hace dos años hicimos la solicitud de ayuda en vista de que se nos había prometido que de tener un solar se le haría la casa a Minerva. Han pasado dos años y la promesa sigue en pie, pero nadie se sostiene de promesas, por lo tanto volvemos a apelar a la generosidad de ustedes, esta vez para hacerle la casa.

La casa está valorada en RD$250,000. El maestro constructor será Moreno el hijo del difunto Anasiado. Se ha comprometido hacerla por un valor de RD$120,000 incluyendo séptico y plomería. La mano de obra para la electricidad estará cargo de Víctor Lebrón (Vitico) gratis. El mobiliario estará a cargo de Rosario Castillo (profesora Charo) gratis.

Los materiales de construcción los estamos diligenciando con los padrecasenses presentes. Por la urgente necesidad de la vivienda y por no contar con una ayuda fuera de nosotros, nos hemos vistos obligados a recurrir a recoger botellas de cerveza Presidente para venderlas a razón de 75 centavos cada una para ayudarnos. Ya hemos recolectado 2084 botellas. No es nada económicamente significativo, pero sí, una manera de que Minerva y sus hijos se empoderen del proyecto y aporten lo único que pueden aportar.


Solicitamos de los padrecasenses ausentes su colaboración liberal para la mano de obra RD$120,000. Suena mucho, pero sé que podemos; siempre hemos podido. En nuestras manos está la vivienda para Minerva (Pinea) y su familia.

Que Jehová Dios bendiga este proyecto y que llegue haber un salario procedente de Él hasta que no haya más carencia. Que Jehová nos bendiga a todos.

Para su aporte comunicarse con:
- Licenciado Hermógenes Martínez: 809-521- 0408
- Seňor Wenceslao Segura (Nelao): 809- 521-0353, tesorero
- Rosario Castillo: 809-521-0363, directora de La Voz Tubanera.





viernes, 5 de agosto de 2016

Dime como orinas y te diré como eres

Por Miguel Artime
Fuente: Yahoo Noticias

Si alguna vez te has atiborrado a remolachas, es probable que al día siguiente te llevases un buen susto a la hora de ir al urinario. El color de tu micción, normalmente amarillo, se tornará de un tono rojizo brillante. ¡Tranquilo! No padeces de una enfermedad terminal, de hecho el fenómeno es tan habitual que los anglosajones le han dado un nombre médico “beeturia” (beetroot = remolacha), intraducible al castellano porque “remolachuria” queda realmente mal.

El culpable de este fenómeno es un pigmento presente en este vegetal llamado betalaína, que por cierto tiende a destruirse con el calor, la luz y los ácidos. Es tan inocio, que de hecho empleamos este pigmento concentrado (también conocido como aditivo número 162) para dar una coloración rosa a algunos alimentos, por ejemplo los helados.

Pero la remolacha no es la única sustancia capaz de alterar el color de tu orina, y conviene saber un poco más sobre estos fenómenos para, una vez llegada la hora de ir al baño, poder discernir si nos encontramos frente a una simple anécdota o es momento de visitar al médico.

Volvamos sobre la remolacha. Lo normal es que la betalaína, que es la que tiñe de color rojo nuestra orina, desaparezca filtrada por los riñones al cabo de unas pocas horas (entre 2 y 8) una vez que ha alcanzado nuestro torrente sanguíneo. Si por el contrario persiste la coloración rojiza en tu orina, deberías visitar a tu médico y que los posibles causantes podrían ser: pérdida de sangre, infección, inflación de próstata, cáncer, cistitis, o piedras en el riñón.

¿De qué color tiene que ser la orina? Bien, lo común es que tenga un color dorado paijizo. Si tu orina es incolora lo normal es que hayas bebido más agua de la que necesitas. Por el contrario, si tu orina es de un color amarillo muy oscuro, lo que sucede es que puedes estar deshidratado y necesitas beber más agua.

Si tu orina tiene persistentemente el color de la miel es probable que necesites ir al doctor ya que podría tratarse de una señal de enfermedad hepática tal y como la cirrosis o la hepatitis. Además tu orina puede adquirir un tono naranja o amarillo brillante cuando se toma beta-caroteno (zanahorias) o suplementos alimenticios que contienen vitamina B.

Algunos medicamentos, especialmente los antibióticos, anithistamínicos, antiinflamatorios, y antidepresivos (aunque también algunos laxantes) pueden a su vez cambiar la coloración de tu micción hacia el azul y verde. Si bien conviene saber que el culpable también puede ser un colorante alimentario llamado azul de metileno, que a su vez también se emplea para tratar la metahemoglobinemia.

La orina jamás debería tornarse púrpura, pero si trabajas en un hospital podrías contempar esta rareza. La razón es el llamado “síndrome de la bolsa de orina púrpura” que aqueja a pacientes que han sufrido infecciones o complicaciones con los catéteres. Los catéteres o las bolsas de desposiciones pueden tornarse de color púrpura debido a una reacción química que producen unos compuestos en la orina encargados de romper las proteínas, cuando entran en contacto con el plástico.

En ocasiones la orina puede ser espumosa, lo cual se debe a una reacción normal que se produce cuando tomamos muchas proteínas y nos entran ganas súbitas de miccionar. Los culturistas y otras personas que consumen proteínas en polvo o suplementos alimenticios lo saben bien. El exceso de proteínas no puede almacenarse en el cuerpo, de modo que los compuestos nitrogenados (resposables de la espuma) se liberan a través de la urea.

En fin, a la vista de este artículo, si como yo eres de los que suele mirar al frente en los urinarios, piénsatelo dos veces y échale un vistacito de manera habitual al color de tu “agüita amarilla” para quedarte más tranquilo.

Ya ves que a veces tu salud depende del color del cristal con que la miras.